viernes, mayo 18, 2018

Me ponía muy nervioso cuando tenía un examen. Sentía que me estaba jugando mucho y que mi futuro dependía de lo que hiciera, algo que después he comprendido que no es cierto, pero sobre todo temía defraudar a quienes me querían y confiaban en mí. No había nada peor que la cara de mis padres cuando los resultados no eran los que ellos esperaban de mí. No era ni siquiera necesario decir una palabra. Ante eso, todo lo demás dejaba de tener importancia. No era cuestión de lo que yo quisiera conseguir en la vida, sino que lo único que me preocupaba era no ser aquello que ellos querían que fuese. Ya que no tuvieron la oportunidad de estudiar, despositaron en mí todas sus esperanzas y yo no podía permitirme fallar, pues sería como hacerles a ellos fracasar. No cabían regateos ni contemplaciones. Era por ellos por quienes me esforzaba, creían en mí mucho más que yo mismo y yo no era nadie para impedirles alcanzar sus sueños. Aún siento a menudo, sobre todo en las ocasiones especiales, esa presión sobre mí, como si la gente me examinara todo el rato, y ahora que no puedo defraudarles a ellos, siento que no puedo fallar a quienes confían en mí.

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